El día amaneció bajo un cielo radiante. Quién me iba a decir a mí que a 400 km al norte del Círculo Polar, con menos cinco grados, sol y sin una pizca de viento, tendría el día perfecto. Me puse cuatro capas de ropa, la capa exterior técnica para la nieve, y me bajé dando un paseo hasta el Sentrum (centro de la ciudad) siguiendo la indicaciones de google maps. Lo malo que no te indica dónde están las placas de hielo y hay que ir con mucho cuidado para no caerse.
Bajé mi calle sin apartar la vista que lo que tenía mi izquierda. La inmensidad del fiordo con la montaña detrás y el famoso puente que conecta la isla de Tromsoya con el otro lado de la ciudad. Enfrente, rompiendo la armonía de los típicos tejados noruegos, se alza la famosa Catedral del Ártico en forma piramidal.
Según me iba acercando al centro me recordaba al típico pueblo de Alaska o de Canadá con sus casitas de madera y todo cubierto de nieve. Imposible ver ni la acera ni los pasos de cebra. Los coches van muy tranquilos y se paran en cualquier lado para dejarte cruzar. Aquí no conocen el estrés. La gente camina con total tranquilidad y todo luce pulcro y en calma. Los coches, camiones y autobuses circulan sobre la nieve como si nada, igualito que en España. El truco está en llevar ruedas de invierno con clavos, que se adhieren perfectamente a la nieve.

Me dirigí hacia la calle principal, Storgata, donde están la mayoría de las tiendas y algunos restaurantes, entre los cuales no puede faltar un Burger King, que además se adapta perfectamente al estilo noruego con la fachada cubierta de tablones rojos de madera. Continuando la calle, llegué a una plaza donde se encuentra la famosa Catedral de Nuestra Sra de Tromsø, que es una Iglesia protestante de madera. Mientras, un chico tocaba la guitarra sin guantes esperando conseguir unas monedas en una gorra. Atravesando el parque donde está la Iglesia llegué al puerto, con sus barcos anclados y la característica imagen escandinava con las casas de madera de colores del Bryggen. Atravesé una pequeña plaza, la Roald Admundsen Plass, donde se encuentra la Tourist Shop llena de souvenirs bastante caros y que funciona como uno de los puntos de encuentro para muchas excursiones. Hazte una foto con el Troll que está fuera. Y subiendo una calle hacia arriba, me topé con la Biblioteca pública, famosa por su diseño con enormes ventanales para dejar pasar la luz en los días más oscuros. Después de deambular un poco más, llegué al centro comercial Nestrada, de tres plantas. Tiene un poco de todo, un H&M, un BodyShop, una farmacia, un supermercado, etc. Y enfrente está la oficina de turismo, que cuesta dar con ella porque está ubicada dentro del edificio junto al muelle donde paran los ferries y los cruceros. Es recomendable pasarse por allí porque siempre hay algún guía que habla español y te aconseja sobre excursiones y actividades. También las puedes contratar online a través de la web de visittromso. Y no te olvides pedirles un mapa con los sitios de interés y las líneas de autobús.

El puerto
El Bryggen con sus fachadas de colores
La Iglesia protestante de madera más al norte
Después de terminar mi paseo, me dirigí al centro a coger el autobús 26, que para justo delante del Pepe´s Pizza (una opción algo más barata para comer) para cruzar por el puente hacia el otro lado de la ciudad y subir al Monte Floyå en el funicular Fjellheisen. Si no te alojas en el centro, lo mejor es descargarse la app Mobillet, con la que puedes comprar un billete de autobús por 33 nok o el abono de 24 horas por 100 nok, y la Reise Troms, con la ubicación de las paradas y los horarios. Aunque si vas a estar varios días te sale más rentable el abono de 7 días por 240 nok. A veces te lo piden y a veces no, pero mejor comprarlo porque el conductor puede que no te deje subir (lo digo por experiencia).
Fjellheisen, también llamado «cable car», es el teleférico de Tromsø que conecta el barrio de Tromsdalen, a nivel del mar, con Storsteinen (La gran roca en noruego), una montaña que se eleva a 420 metros sobre el nivel del mar (Monte Floya). En apenas 5 minutos llegas arriba, con unas vistas que quitan el aliento, sobre todo si pillas un día despejado como me pasó a mí. El ticket cuesta unos 20 euros, de ida y vuelta. También tienes la opción de subir o bajar andando. Hay varias rutas de trekking, una buena alternativa si vas en verano, la que más me gusta es la que recorre los 1.200 escalones del Camino del Sherpa «Sherpastrappa». Si escoges esa opción, arriba puedes comprar el billete de vuelta. Una vez llegas, subes unas escaleras y entras en la cafetería, que tiene una terraza enorme que hace de mirador y otra puerta con la salida hacia la cara de la montaña. Si vas en invierno abrígate, porque allí sopla el viento muy fuerte y la nieve te hunde hasta las rodillas. Lo mejor es andar por donde ya está pisado y caminar a lo largo de la valla, donde podrás disfrutar de unas de las vistas más espectaculares de la isla de Tromsoya, los fiordos y el resto de islas que la rodean. Muchos noruegos hacen rutas de esquí de fondo «cross-country», como lo llaman aquí, uno de los deportes típicos del fin de semana. Me fijé en el famoso banco donde la gente se hace fotos, pero ese día estaba casi cubierto del todo por la nieve y pasaba desapercibido.
Vistas de la isla de Tromsoya desde el monte Floyen. Al fondo, el aeropuerto y la isla de Kvaloya.
El banco enterrado en la nieve
Isla de Tromsoya Entrada al cable car (funicular)
Mi siguiente parada fue la Catedral del Ártico, a la llegas andando en 10 minutos desde la parada del funicular. En realidad es una iglesia de estilo modernista, no una catedral, pero es uno de los edificios más representativos de Tromsø y es así como se le conoce. Diseñada por Jan Inge Hovig, se construyó en 1965 siguiendo el estilo nórdico «en aguas», desde el techo hasta el suelo, con un gran ventanal en la cara frontal. Además de las ceremonias habituales, también se celebran conciertos en su interior. Yo asistí a un concierto nocturno «Northern lights», con piano, cello y voz a capella, muy chulo. En mi opinión no merece la pena pagar sólo por entrar a verla, pero sí para un concierto. En verano hacen conciertos en honor al sol de medianoche.
Catedral del Ártico Biblioteca
Una vez vista la Catedral, cogí el autobús 24 para cruzar el puente y volver a casa. En general, los autobuses funcionan muy bien, son puntuales y en muchas paradas tienen un panel que marca los minutos que restan para que llegue. Sin embargo, hay que tener cuidado de no coger el bus en el sentido contrario al tuyo. Lo mejor es aprenderte el nombre de tu parada y descargarte la app Mobillet. Y si tienes dudas, se lo dices al conductor, aunque en noruego los nombres son difíciles de recordar y más de pronunciar. Una vez llegué a casa, hice algo de comer con las provisiones que llevaba en la maleta y me preparé para la aventura que me esperaba esa misma tarde: el tour «chasing auroras», o lo que viene siendo la caza de las auroras boreales.